Se calcula que cada año se registran solo en Europa más de
cuatro millones de infecciones intrahospitalarias o nosocomiales –la mayoría
urinarias, respiratorias y sanguíneas–, que causan unos 37.000 muertos. En EE.
UU., los asesinos microscópicos acaban con la vida de 70.000 pacientes, más que
el alzhéimer, la gripe, la diabetes o el sida. La situación es tan grave que
las autoridades del Reino Unido alertaron hace unos meses de que nos
enfrentamos a un riesgo mayor que el terrorismo: si no se desarrollan nuevos
bactericidas eficaces, los microbios podrían llevarnos de vuelta al siglo XIX,
cuando las infecciones campaban a sus anchas.
El problema es que,
junto a la automedicación, los antibióticos han sido mal administrados para
curar gripes, resfriados y otras infecciones protagonizadas por virus, inmunes
a los bactericidas. Por otro lado, los consumidores dejan de tomar la medicación
al notar mejoría, antes de que esta acabe con los microbios que le hicieron
enfermar. Así, las cepas con genes que les protegen frente a ciertos compuestos
sobreviven y se hacen cada vez más fuertes. “Los humanos estamos haciendo la
selección”, resume Fernando de la Cruz, investigador de la Universidad de
Cantabria y uno de los miembros de EvoTar , proyecto europeo para entender los
mecanismos de supervivencia de estos microorganismos.
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